23 Oct 2018 El científico millonario que quemó un diamante con el Sol
Antoine-Laurent de Lavoisier (1743-1794) fue el creador de la química moderna por sus estudios sobre la oxidación de los cuerpos, el fenómeno de la respiración animal, el análisis del aire, la ley de conservación de la masa o ley Lomonósov-Lavoisier, la teoría calórica, la combustión, y sus estudios sobre la fotosíntesis.
También había nacido en una familia acomodada y disponía de un gran fortuna para llevar a cabo experimentos muy chocantes. Como el día en que trató de quemar un diamante con el Sol.
Lavoisier no solo había nacido rico sino que se hizo mucho más rico al contraer matrimonio con Anne-Marie. Y todavía más al adquirir media participación en la Ferme Generale, una compañía privada que recaudaba impuestos para la Corona.
Todo ello permitió que, entre otras cosas, con solo 29 años, Lavosier empezara a destinar buena parte de su riqueza a la ciencia. Y entonces se hizo especialmente célebre por quemar diamantes con la luz del Sol, tal y como explica Sam Kean en su libro El último aliento de César:
Una hazaña que logró con una lupa gigante montada sobre una plataforma de madera, lo que le daba el aspecto de un híbrido entre un telescopio y una segadora. Aunque todo un derroche (…), sirvió para demostrar lo potente que es la luz del sol. (…) Además, lo llevó a pensar en la naturaleza básica de la materia: ¿desparecía el diamante cuando se quemaba, o simplemente se convertía en a otro estado?
El diamante se puso incandescente como una brasa, hasta que desapareció. Dado que el recipiente se llenó de anhídrido carbónico, pudo demostrar que en gran parte o en su totalidad el diamante estaba compuesto por carbono. Lavoisier también notó que el diamante no se consumía en el vacío, por lo que podía afirmar que reaccionaba con alguna sustancia presente en el aire.
El espectáculo ofrecido, además, era digno de un show de televisión que cautivaba al público, tal y como explica Madison Smart Bell en Lavosier en el año uno de la revolución:
Los operarios llevaban gafas ahumadas para protegerse la vista del fulgor de la combustión. Este artefacto se llevó rodando hasta el Jardín de l’Infante, situado en el exterior de las dependencias de la Academia de las Ciencias, en el museo del Louvre, cerca de un popular paseo público a orillas del Sena. Había multitud de curiosos; las damas estaban impresionadas (y puede que horrorizadas). Huelga decir que el interés que suscitaba la quema de diamantes era mucho mayor que el que se habría generado si los científicos se hubiesen limitado a aplicar su rayo incendiario a vulgares pedazos de carbón.
Fuente: www.xatakaciencia.com