20 Ene 2018 Una pequeña que mueve un gigante
Jazmín Morquecho pesa 50 kilogramos y conduce un yucle con capacidad para cargar 340 toneladas.
Trabaja en la mina de oro más grande en México, ubicada en Mazapil un municipio localizado al norte de Zacatecas. Hace cinco años, antes de ser contratada como conductora de su “camioncito”, como ella lo llama, no sabía manejar siquiera un auto compacto.
Tiene 27 años pero su cuerpo parece el de una niña. Apenas rebasa la defensa del gran camión de carga y no cubre ni la mitad de los enormes rines.
Como todos sus compañeros, siempre utiliza su equipo de seguridad: chaleco, botas con casquillo, camisa de manga larga, lentes y un casco dorado y decorado con su nombre y calcomanías que reflejan su inocencia y su amor por la vida como estrellas, mariposas, caritas felices y hasta del oso Winnie Poo y sus amigos.
Jazmín es una de las conductoras y conductores que trabajan durante jornadas de 12 horas acarreando material que puede contener minerales.
Ama su empleo y ama su camión que alcanza hasta 53 kilómetros por hora en línea recta y 35 kilómetros por hora en pendientes. “Mi camioncito es mi mejor amigo porque está 12 horas conmigo. Me escucha, me ve reír, observa mis locuras y siente lo que vivo. Le tengo mucho afecto y se lo demuestro cuidándolo, limpiándolo y checándolo todos los días. Cuando tengo que manejar otro camión no siento eso mismo que siento con mi camioncito”.
Jazmín es delgada, morena, de ojos cafés y cabello largo. Su voz es dulce y cualquiera diría que es una mujer frágil. Sin embargo, es férrea en su voluntad por salir adelante, tiene firme la convicción de convertirse en capacitadora de conductoras y tiene claro que no sólo conduce su camión, sino también conduce el destino de sus padres y su hermana.
Es la más pequeña de 11 hermanos. Todos, excepto sus padres y su hermana que es madre soltera y su hermano que también es minero, se fueron a vivir a Saltillo, porque en Mazapil antes de que existiera la mina, las opciones más viables eran el desempleo o la migración.
Su padre es albañil y su madre ama de casa. Vivían en una casa de adobe con tejas que tenían goteras. Recuerda que sus hermanos y ella sufrían porque no tenían ni para comer.
Pero su situación cambió cuando entró a trabajar en la mina. Trabaja 14 días y descansa 14 más. Con sus ingresos reconstruyó la casa de adobe y ahora es de dos pisos y de concreto. “Hice la cocina al gusto de mi mamá porque una madre siempre está en la cocina. Ahora veo a mi mamá más feliz, más contenta y las lágrimas que antes tiraba ahora son de felicidad”, cuenta satisfecha.
“Mis papás me demuestran su afecto y cariño. Cuando llego a casa, cada 14 días, me tratan como si no me hubieran visto en años, me abrazan y me besan. Gracias a este trabajo he salido adelante con mis papás y mi familia”.
“Yo me siento orgullosa de ser minera
porque la minería cambió totalmente mi vida.”
Dice que su gran sueño es casarse con un minero y formar una familia. “Quiero tener hijos mineritos, porque creo que cuando ellos crezcan voy a poder decirles que su papá y yo trabajamos en la minería y que ellos tengan un buen recuerdo de nosotros”.
Trabajar aquí se me hace muy fácil. Estoy cerca de mi casa y de mi familia, gano mucho más que mis familiares y tengo prestaciones como fondo de ahorro que aporta un peso por un peso; un bono de despensa mensual, aguinaldo y utilidades. ¿Qué más puedo pedir?, cuestiona.